Remontándonos en el tiempo, ha habido épocas calientes similares a la que creemos que está a punto de llegar ahora. La más reciente fue hace cincuenta y cinco millones de años, al principio del período geológico conocido como Eoceno, pero aunque las circunstancias iniciales se parezcan a las que se dan hoy en la Tierra, hay dos diferencias capitales: el sol es ahora un 0,5 por ciento más potente de lo que lo era hace cincuenta y cinco millones de años, lo que equivale a un aumento de temperatura global de aproximadamente 0,5 °C; y hemos cambiado más o menos la mitad de la superficie de la Tierra.
Cuando la presión es demasiado fuerte,
sea hacia el calor o hacia el frío, la Tierra, igual que haría un camello,
adopta un nuevo estado estable que le resulte más fácil de mantener. Ahora está
a punto de realizar uno de esos cambios.
El sistema Tierra ha desarrollado
varios mecanismos de aire acondicionado. La vegetación que crece sobre la
tierra y la que flota en el mar utilizan dióxido de carbono que toman del aire,
con lo que reducen la presencia de ese gas y su efecto invernadero.
Otro mecanismo es la producción
por parte de algunos organismos marinos de gases que, al oxidarse en el aire,
crean minúsculas partículas conocidas como núcleos de condensación, sin las
cuales el agua no se condensaría en el aire formando las pequeñas gotas que
componen las nubes. Y sin nubes, la Tierra sería mucho más cálida.
El período en el que nos
encontramos en estos momentos está acercando a la Tierra a un punto de crisis.
El sol es más cálido de lo deseable, pero en general el sistema ha podido
mantener bajo el nivel de dióxido de carbono y producir suficiente hielo y nubes
blancas reflectantes como para mantener la Tierra fría y maximizar la ocupación
de sus nichos.