(Tomado de la tesis
doctoral: La Pedagogía del Caos. Por José Vicente Rubio)
En la segunda mitad del S XIX aún predominaban
las ideas de Galileo, Kepler, Descartes y Newton, y para ellos todo se podría
describir mediante ecuaciones matemáticas. De hecho, La Place había imaginado
que dada cierta información todo futuro sería predecible: nada escaparía al
gran orden universal. Se pensaba que el caos era una forma de orden, que con
herramientas más afinadas, al cabo del tiempo, se podría desentrañar.
Pero pasaron años, y esto no ocurría; la física
más avanzada no lograba responder preguntas sobre la naturaleza y sus
manifestaciones en nuestra vida ordinaria:
¿Cómo se inicia la vida? ¿Qué es una turbulencia? ¿Cómo se
suscita el orden? ¿Cómo funcionan las nubes, los narcisos, las cascadas o lo
que ocurre en una taza de café cuando le echamos crema...?; todas estas cosas
están cargadas de misterio. Son tan enigmáticas para nosotros como lo era el
firmamento para los griegos (Gleick, 1988, p. 12).
Esas manifestaciones irregulares de la
naturaleza, que aparecen a diario en nuestra vida, se convirtieron en un
quebradero de cabeza para la ciencia. Por fortuna, a mediados de los 70 un
grupo de científicos, de diferentes disciplinas y regiones del planeta,
comenzaron a interesarse en este tipo de fenómenos. Todos buscaban nexos entre
las irregularidades, y descifraron tal cantidad de misterios, que se llega a
afirmar que “el saber del siglo XX será recordado solamente por tres cosas: la
Relatividad, la Cuántica y el Caos; de las tres revoluciones, la del caos
importa al mundo que vemos y tocamos, a los objetos de proporción humana”
(Gleick, 1988. p. 11).
Pero, ¿qué es el caos y qué es lo que han hecho
estos investigadores para dilucidarlo?
Es lo que trataré de expresar en esta sección.
Sin embargo, antes de hacerlo, demos una vuelta por la relación del caos con el
orden.