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Hace un poco más de 13 años, un grupo de vecinos de la Junta de Acción Comunal Niza Sur, en el occidente de Bogotá, le declararon la 'guerra' a la destrucción de un humedal.
En esos momentos, cuidar el medio ambiente no estaba de moda. ¿Campaña de lunáticos? ¿Ecólogos fundamentalistas? No era ilógico pensarlo, porque la mezcla de agua y tierra que siempre se concentra en esos sitios, que muchos confunden con pantanos, siempre ha sido mirada como un obstáculo que no deja hacer más barrios, más ciudad.
Pero ellos sabían lo que valía. Se empeñaron entonces en que no podía consolidarse como basurero o como sitio para arrojar escombros. Y mucho menos, dejarlo al libre albedrío del exalcalde Enrique Peñalosa, quien planeó borrarlo del mapa con senderos, ciclorrutas y plazoletas, obras que implicaban la tala de 1.150 árboles, su fragmentación, la destrucción del equilibrio ecológico y la instalación de iluminación artificial.
Y en eso se empeñó el trabajo comunitario de estos bogotanos de corazón, que con el paso del tiempo permitió que esta combinación porciones de laguna y selva sea hoy uno de los 15 humedales que todavía viven en la ciudad, de los pocos que aún capturan carbono, alimentan 'monjitas, tinguas y otros pájaros, que amortiguan aguaceros y filtran y limpian algunos litros de aguas residuales. Como una porción de agua en el desierto, se ha convertido en una zona de reserva urbana que desde el aire interrumpe una secuencia larga de edificios.
La lucha por su defensa, que es recogida en el libro 'Humedal de Córdoba, derecho colectivo hecho realidad' que se lanzó hoy miércoles en Bogotá, comenzó en el año 2000. Frente a la posibilidad de que Bogotá pasara por encima del humedal, un grupo de vecinos tuvieron que superar, como paso previo, un obstáculo clave: "Debimos enseñarles al resto que el humedal no era un charco, un lodazal. Les mostramos sus funciones como hábitat, como un lugar vital para la vida", explica Mauricio Castaño, coordinador del comité ambiental del grupo.
A partir de ahí, y con la mayoría de la población de su lado, la Junta de Acción Comunal interpuso una acción popular para que la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) invirtiera en obras para proteger el lugar y aislarlo del avance del concreto.
Lo que vino duró 7 años, un tire y afloje que incluyó una decisión del Consejo de Estado con la que este le ordenó a la Empresa de Acueducto hacer los trabajos de restauración y, luego, una apelación de la EAAB contra ese fallo que no fue aceptada.
"A pesar de esa decisión, intentaron hacer una ciclorruta y tuvimos que interponer otro incidente por desacato que la EAAB también quiso tumbar, pero que salió a nuestro favor", explicó Castaño.
Se esperaba que el Acueducto y las autoridades ambientales, como la CAR, iniciaran el cumplimiento de lo ordenado por las altas Cortes, pero, al contrario, interpusieron dos tutelas más para dejar sin piso la Acción Popular, que finalmente nunca fueron aceptadas .
"Luego, y con todo y esos fallos, tuvimos que concertar con la EAAB para definir los compromisos que se debían cumplir en el humedal", agregó la socióloga Luz María Gómez. Hoy, como no suele pasar en muchos sitios del país con los riñones del planeta, como se les llama popularmente a estos ecosistemas, Córdoba tiene plan de manejo y caudal ecológico, una especie de torrente de agua potable que llega a sus tejidos para potenciar su biodiversidad. Tiene cerramientos para que no sea invadido, vigilancia y un plan de dragados para quitarle sedimentos, basuras, crear nuevos espejos de agua e islas que sirvan de refugio para la fauna. Y lo más importante: existe un proceso para que no haya casas que arrojen sus desperdicios al ecosistema (conexiones erradas).
Ya se hizo una primera evaluación, y de 160 casas que vertían sus aguas residuales al humedal, 56 fueron corregidas y ahora las llevan al sistema de alcantarillado.
"Falta identificar más viviendas que contaminan, pero al menos ya se dieron los primeros pasos", explicó Liborio Sánchez, miembro del comité ambiental. Su principal debilidad es el sector uno (de los tres en los que está dividido), situado desde la calle 127 hacia el norte, cerca de los sectores Mónaco, Prado Veraniego Sur y Canódromo, donde abunda la acumulación de basuras generada por el reciclaje en áreas aledañas a su canal.
A pesar de esto, los pasos hacia su rehabilitación no paran y van hacia adelante. "El derecho colectivo, que era la protección de una porción de naturaleza, se hizo realidad", dice el biólogo Luis Jorge Vargas, uno de los 'soldados' que pelearon por este deseo social por la conservación.
Así son 'los riñones de la ciudad'
Se calcula que el 6,4 por ciento de la superficie terrestre, una extensión superior a la de Europa, está cubierta por humedales. En Bogotá, de 50 mil hectáreas de humedales que había a principios del siglo XX, hoy sólo le quedan menos de 1.000, repartidas en 15 ecosistemas de este tipo.
Sus funciones principales son: Conservan árboles y arbustos que generan una barrera entre el humedal y la vida de la ciudad. Tienen sectores inundables, cubiertos por plantas que son el hogar de aves que buscan protección, muchas de ellas migratorias que arriban desde Norteamérica o Suramérica para huir del invierno ártico o antártico. Allí llegan las aguas de los sistemas de drenaje naturales, como quebradas, y artificiales, alcantarillados pluviales (agua lluvia). Sin embargo, muchas casas o edificios tienen conexiones erradas o 'piratas' de aguas negras, que en lugar de conectarse con los alcantarillados van a dar a los humedales. En verano son imprescindibles para afrontar sequías prolongadas porque acumulan agua de los ríos. Y en invierno evitan inundaciones. Son vitales para obtener agua potable a largo plazo. Se les conoce como los 'riñones del planeta', porque el humedal filtra y limpia el agua que viene de las quebradas o de los ríos.
Allí crecen peces que nos sirven de alimento. Son imanes de turismo ecológico. Regulan el clima y contribuyen a captar emisiones de gases contaminantes.
JAVIER SILVA HERRERA
REDACCIÓN VIDA DE HOY
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