El título original de este documento es ¡hola mundo este es el futuro! Por: Maria del Pilar Sáenz, recuperado de: las dos orillas, octubre 30, 2013
(A través de las impresoras 3D se nos revela la posibilidad de producir todo cuanto necesitamos liberándonos de las férreas cadenas del mercado, pero para lograrlo sería necesario generar circuitos comunitarios de producción).
John Von Neumann imaginaba robots que se autorreplicaran como un mecanismo que hacía viable la explotación del planeta Marte. Su argumento era simple. Si tuviéramos una sola máquina su eficiencia determinaría la cantidad de material que puede extraer. Si esta máquina en lugar de extraer material y crear lingotes para enviarlos a la tierra, usara parte del material encontrado para crear una nueva máquina igual a ella misma, se perdería parte de la producción, pero se ganaría una máquina más. Si esta nueva máquina y la original hicieran lo mismo, autorreplicarse, tendríamos rápidamente cuatro máquinas en lugar de una sola. Es fácil inferir que la eficiencia de un sistema de 4, 8, o 16 máquinas así creado sería mucho mayor que la de una sola máquina. Esa es en esencia la promesa de la autorreplicación. La máquina de Von Neumann es una máquina ideal, de esas que solo existen en el mundo de las ideas, pero para sorpresa de muchos ya tenemos algunas de estas ideas concretadas en el mundo real. Incluso hay una acá, a un cuarto de distancia del lugar donde escribo esta columna.
Una impresora 3D es algo muy cercano a una máquina de Von Neumann. Es una impresora de objetos en plástico. Si como lo leen, ahora no se imprimen palabras o imágenes, sino objetos tridimensionales que pueden ser utilizados en el mundo real, desde un pito o una pinza para el cabello, hasta juguetes para armar, mecanismos con engranajes y piñones, lámparas o peinillas.