17 de noviembre de 2012

Un OVNI en la Calle 13

De la serie: Pedagogía del Caos otro caso de Educación Prohibida

(Se describe una salida por la Ciudad con chicos y chicas de sexto grado de la Normal Distrital María Montessori en 1989. Una forma de Bioaprendizaje aplicando la Pedagogía del Caos)

Salí de mi última clase, a la 1:30 de la tarde, y me esperaban Alexis, Claudia, Juan Carlos, Vianney, Andrea, Javier y Jara. La mamá de Javier nos alistó el almuerzo, que cada tercer día hacia rendir, a veces para siete, a veces para doce. Yo la miraba y admiraba ese compromiso tan serio, que era muestra del grado de solidaridad al que habían llegado algunos padres con el grupo, demostrando que querían a los otros niños casi como a sus hijos. Hoy no haríamos grupo de estudio sino una salida común y corriente. La intención era distraernos un poco, porque los últimos "grupos de estudio" (clases de otra clase) habían sido de gran trabajo.

Hoy la cosa no estaba para "gastar mucha cabeza", pero ellos se empeñaban a salir a "aprovechar el tiempo", íbamos caminando por la Avenida Caracas, sin rumbo fijo y de pronto Alexis vio una cosa extraña y dijo:

— ¡Huy!, Vicente, mire eso, rueda y rueda y no para.

Fuimos a mirar engolosinados, y al recoger aquel objeto surgieron muchas preguntas: ¿Por qué rueda sin caerse?, ¿por qué nadie lo recoge?, ¿por qué lo pisan los carros y sigue rodando?, ¿y qué es esto que tiene aquí dentro? Casi simultáneamente aparecían las explicaciones:

—Es ancha y casi no pesa, por eso rueda tanto –Dijo Andrea

—Tal vez se le cayó a un carro que venía andando, y la calle tiene una pendiente –replicó Juan carlos.

Cuando ellos callaban, yo indagaba más y más, porque si algo he aprendido es a hacer preguntas; se llegaron a imaginar que podrían fabricar algo tan ancho y liviano, que rodara sin exigir mucha energía y así podrían transportarse económicamente.

Cuando empezaron a hablar de ovnis, yo me quedé sin respuestas y ellos tampoco lograron llegar a conclusiones claras, pero como su interés iba en aumento decidimos visitar a un amigo en su taller; él nos podría ayudar, era un hombre a quien creo depositario de una gran parte de la ciencia humana. Pero es la persona más sencilla para explicar todo, nos dio un paseo de más de dos horas por muchos recovecos de la tecnología, y era de tal interés para los niños, que Andrea, una niña muy poco interesada en las clases regulares, luego me comentaba:


-Vicente yo quería toser y no me atrevía, para no perderle palabra.

Fernando (aquel amigo) les preguntó luego sobre sus ideas y teorías y allí ellos expusieron algunas: Javier expuso su modelo explicativo del ovni, donde le faltaba por resolver la pro-bable desintegración del piloto en el cambio brusco de dirección; Alexis planteó la conversión de su antiguo reloj despertador en control para detonadores; Vianney comentó cómo volvía realidad los diseños que aparecían en sus sueños (un extraño futbolín que tiene en su casa, por ejemplo); Claudia contó los modelos de vestuario que le ha hecho a su muñeca con todos los retazos que quedan de las costuras de su mamá; Juan Carlos comentó que había descubierto que el pasto no era digerible, porque nosotros no teníamos sino un estómago, y recordó la tarde cuando estuvimos con otros quince compañeros masticándolo y pensando en la frase: "si millones de vacas comen pasto, es porque éste es comestible y sería una solución para la humanidad "; y Jara, finalmente, nos leyó su cuento del "diablonota", donde aparecía un profesor de inglés partido por la mitad y convertido en un diablo con "enes" por todas partes y diciéndole a ella, a Rodrigo y al hermano: "ésta es mi verdadera cara y los convertiré en una nota para ganar mi sueldito".

Esto impresionó mucho a Fernando, quien no podía dilucidar cómo algunos de aquellos niños, tan dispuestos a comunicarse, a aprender sin causar problemas en su taller, adquirían en el colegio una actitud bastante diferente, que los tenía al borde de perder el año.

Salimos bastante tarde y tomamos un bus de regreso: ocupamos la banca de atrás, y durante el viaje se fue generando un juego de comunicación, donde aparecían cada vez nuevos códigos; los niños y yo estábamos intercalados con las niñas, como sucede últimamente, debido al buen desarrollo de relaciones que aparecen después de todo un proceso largo de acercamiento; nos decíamos al oído cosas que no tenían nada que ver con el lenguaje de gestos corporales, y el viaje fue corto y gozoso. A medida que cada uno bajaba del bus, los que quedábamos sentíamos que se perdía algo de nosotros... era otra jornada más de aprendizaje, formación y afecto, donde había estado presente la dedicación, el esfuerzo y aun la experiencia, pero en otra dimensión absolutamente diferente de lo común.

Si desea conocer otras experiencias de Pedagogía del Caos, visite la Serie: Pedagogía del Caos.

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