De la serie: Pedagogía del Caos.
(Esta experiencia hace parte del artículo: Una Escuela Generadora, a pesar de la Escuela. Publicado en la Revista Educación y Cultura # 20) (Se narra un pequeño experimento de ciencias utilizando la Pedagogía del Caos).
Daniel, un niño muy "brillante" que estudiaba en otro
colegio, llegó emocionado una tarde, a hacer un experimento delante de su hermano
y de algunos niños del grupo. Tomó dos velas prendidas y frotó los pabilos. Los
demás le preguntaban:
Luego apagó una, y levantó la otra inclinándola sobre ésta, pero a
cierta distancia, y la llama en vez de alejarse bajó en picada y encendió el pabilo
apagado. Los niños no dijeron ¡oh, qué sorpresa!, sino que se dieron a la tarea
de investigar, de tratar de explicarse el proceso, cada uno con dos pedazos de
vela en sus manos. Cuando descubrieron que la llama pasaba a través del humo,
comencé a crear problemas. Dije:
-¡No!, es el aire circundante que se calienta el que reproduce la
llama. Daniel se puso molesto, e insistía en que la otra explicación era la
verdadera, porque la había dado su profesor.
Argumenté:
-Yo también soy profesor, ¿por qué no me crees a mí? El dio una serie
de explicaciones bastante ilustradas, pero no logró convencer a los demás,
porque probablemente no nacían del experimento mismo.
Terminó por retirarse, aburrido. Hasta allí llegaba su participación
(su esquema). Los demás seguían dedicados con pasión a probar una y otra vez y
en diferentes sitios y condiciones, a ver qué pasaba. Había dos teorías
propuestas, y probablemente más. Su búsqueda parecía cosa de vida o muerte.
Pasaron más o menos dos horas de concentración casi clínica, y por fin Rodrigo
exclamó:
-¡Ya sé, Vicente está equivocado! Si paso las velas rápidamente a este
lugar, el aire aquí no alcanza a calentarse y sin embargo la vela se prende.
¿No cree usted que así la tarea del conocimiento es más ardua?, ¿por
qué los niños la asumen con tesón? He visto a algunos muchachos dedicar horas
enteras a resolver algo, y aunque cualquiera pensaría que se desespera y
desiste cuando vienen a mí y le presento una nueva dimensión del problema, eso
no sucede. Al trabajar así, parece que se produce una relación tan consistente
entre la búsqueda, el medio, los elementos, los conocimientos, las personas,
que todo se vuelve una sola entidad afectiva bien difícil de romper.
No necesitamos entonces aprender el último invento de la dinámica de
grupos, técnicas motivacionales sofisticadas y ni siquiera usar el arte como
simple recurso de entretenimiento o de envoltura formal.
El verdadero arte está en vivir
cada proceso por simple que parezca como una verdadera aventura.
Así no he tenido mucho problema en trabajar al mismo tiempo con cuarenta
y dos niños, mientras todos abordan un problema en diferente forma. ¿O acaso en
una sinfonía todos los músicos tocan instrumentos y melodías iguales?[1].
Estoy convencido de que en cualquier clase, en cualquier área, con
instrumentos sencillos del medio, o producidos por los niños (sean palabras,
objetos, sonidos, colores, números o situaciones), se puede armar una obra
gratificante para todos, no solo en su resultado sino también en su proceso.
Si desea conocer otras experiencias de Pedagogía del caos, visite la SeriePedagogía del Caos.
[1] En nuestras clases de música
experimental, cada niño trata de crear en su instrumento una melodía o ritmo
propios, que pueden terminar ensamblándose en el grupo.
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