De la Serie: Pedagogía del Caos
(Se comenta la experiencia de vida y acompañamiento de niños habitantes de las calles Bogotanas, de la cual surgen una Pedagogía de la calle y herramientas de la Pedagogía del Caos).
-Abra bien la boca del talego y espérenos aquí en la puerta de la Plaza.
Esa fue la instrucción que me dio un chico de unos nueve años que
parecía ser el jefe de la gallada. Era
mi primera salida con un grupo de niños habitantes de la calle que iban a pasar
la noche al Camarín del Carmen, una de las casas del programa Bosconia La
Florida donde yo prestaba mis servicios como educador de calle.
Estaba preguntándome qué hacía yo allí, parado a la salida de una plaza
de mercado con una gran bolsa abierta como si estuviera pidiendo algo del
alimento que llevaba la gente para sus casas cuando pasó corriendo uno de los
chicos y metió en el costal un buen pedazo de carne. Después siguieron otros y
otros que venían también a toda carrera y metían allí papas, panela, naranjas…
el último que pasó metió un pedazo de la pierna de una vaca y me gritó:
-Corra cucho que ahí viene la Poli…
En los años 70 y 80 por el centro de Bogotá circulaban grupos de niños
que literalmente habitaban en las calles, parques, alcantarillas o bajo los
puentes de la Ciudad. Esta era una situación a todas luces anómala: niños
abandonados o escapados de la dura situación de su hogar deambulando a su amaño
con la más absoluta libertad.
Cinco años trabajando, compartiendo y viviendo con chicos de la calle
(había pocas niñas en aquella época) y en un ambiente de reflexión acción, me
permitieron ir detectando algunas constantes que daban pie al establecimiento
de algunas categorías pedagógicas emparentadas con la creatividad.
Los chicos en las noches dormían en camadas alimentando el calor con sus
cuerpos entrelazados para superar el cortante frío de las noches Bogotanas:
eran hermanos, eran ñeros, todo lo compartían. En el día salían en pequeños
grupos a lo que llamaban el “rebusque”. Un niño solo no era casi nada pero en
grupo eran todopoderosos, pues tenían el dominio de los saberes, de la
información completa de la calle y en eso no había nadie que los superara.
Es de anotar que el territorio urbano aquí jugaba un papel fundamental.
De hecho, el fundador y Director del Programa, Padre Javier De Nicoló, siempre
busco territorios amplios para la continuidad de estos chicos en su proceso de
formación (Una ciudadela en el parque de la Florida e incluso un pueblo para
ellos en las selvas del Tuparro en El Vichada).
Sin embargo, en el documento: “Una pedagogía de la calle y en la calle”
Lo que proponíamos era una recuperación de esos niños y jóvenes en su propio
territorio a través de la apropiación de su ciudad bajo los parámetros de ese documento.
ANÁLISIS DE "CORRA CUCHO QUE AHÍ VIENE LA POLI" DESDE LAS HERRAMIENTAS DE LA
PEDAGOGÍA DEL CAOS:
ACOPLAMIENTO: estos chicos se funden con las calles, se
disuelven debajo de los puentes o en las alcantarillas; se acoplan para dormir
calentándose cuerpo a cuerpo o con sus mascotas en las frías noches bogotanas.
Hay en su vestir, su dormir, su disfrutar, su pasear, un ensamblaje total
con su ciudad. Se podría afirmar que si
hay maestros del Acoplamiento son los muchachos de la calle.
AUTOCONSISTENCIA: Un niño de la calle sabe que en la Ciudad
lo tiene todo, pero tiene que saber usarlo,
aprovecharlo, disfrutarlo. Él sabe que no está abandonado. Está en una
condición muy diferente a la de un niño
que dejan en una casa entre cuatro paredes.
Aquí él tiene todo un territorio con todo lo que en el existe. En el
cuerpo y el espíritu de uno de estos niños se guarda completo el secreto de la autoconsistencia. Por eso en esa época era tan difícil
invitarles a participar de un programa de atención social o garantizar su
permanencia.
AUTOORGANIZACIÓN: filmar sus patrones de organización y sus
logros era una maravilla. Andaban en "galladas", dormían en camadas
con compañeros (Ñeros) y con sus mascotas. Se movían por la ciudad como
pequeñas hordas juguetonas que obtenían lo que querían, a veces de manera
amable con gestos que conmovían a cualquier transeúnte (pues al fin y al cabo
eran sólo niños) o aplicando la fuerza de su colectivo. Tenían lenguajes
verbales y de señas que los tornaban invisibles o temibles de acuerdo con las
circunstancias.
AUTOPOIESIS: Un niño de la calle es una buena representación de un
organismo autopoiético. Cada niño se autoproduce con todo lo que la ciudad le
ofrece y con la ayuda de sus "ñeros". Y en ese proceso vive y aprende
por autoreferencia, pues todo el tiempo debe estarse moviendo para sobrevivir
en circunstancias extremas pero que para él poco a poco se van constituyendo en
la normalidad. Pero el día en que cae en la normalidad se en la rutina y deja de ser niño.
BORROSIDAD: un niño de la calle ve todas las cosas,
seres vivos y humanos de un modo muy diferente a como otros lo vemos. Él no puede
separar unas cosas de otras ni un ser de otro porque el diariamente circula,
fluye a través de una totalidad. Basta verlo en carrera ayudado por su mascota
o por otros miembros de su gallada mientras rapa, selecciona, come, salta... Él
mira con su cuerpo, escucha con su piel,
palpa en el aire las cosas, olfatea
con las plantas de los pies... en él se
diluyen todas las interfaces que tenemos para hacernos a la realidad y genera
nuevas conexiones con todo lo que es.
CAMPO RELACIONAL: la "camada"
de los niños de la calle es como un vientre materno con todo lo que se
requiere para sobrevivir. Allí hay abrigo,
alimento, mascotas, elementos de diversión, y cada cosa del espacio
tiene su función. Ellos no ven como nosotros las cosas como objetos a su servicio
sino como parte de sí mismos. Y cuando salen a recorrer la ciudad, en ocasiones
se llevan su "casa" a cuestas. Es como si tornaran itinerante o móvil
su campo de relaciones.
DESORDENAMIENTO: cuando un niño sale de su casa y se pasa a vivir en
la ciudad, todo su mundo se desordena.
Ya no hay familia sino "gallada"; no hay escuela formal, empieza la
escuela de la vida; no hay 2 o tres horas de comida sino simplemente alimento a
la hora que se consiga. No hay cama ni mandados ni cuidados del hermano menor o
gritos y golpes de los mayores. Ahora existe una inmensa aventura excitante o
peligrosa pero completamente nueva.
DINAMIZACIÓN: los educadores del programa Bosconia-La
Florida cuando salíamos con niños de la calle que aún no habían decidido
ingresar al programa éramos completamente inermes frente a su libertad y su
iniciativa. Lo único que nos funcionaba
era proponer algo que fuera novedoso e interesante para ellos y eso requería
altísimas dosis de creatividad. Más que dinamizar, nuestro papel era de aprendiendo.
FLUJICIDAD: entre 1970 y 1980 había en Bogotá grupos
de muchachos de la calle - mal llamados gamines- por toda la ciudad. Esto les
permitía enterarse de todo lo que ocurría porque la información circulaba voz a
voz a través de todas las "galladas". Aunque disponían de una gran
libertad, la mayor información era relativa a batidas de la policía, centros de prevención o reclusión y programas
de ayuda.
GENERADORES: para un niño que vive en la calle todo se
vuelve generador de oportunidades y permanece atento a cada situación y a cada
circunstancia. Él vive en un universo de necesidades inmediatas y para no
desaprovechar las oportunidades de satisfacerlas debe estar atento a todo lo
que aparece u ocurre.
INCERTIDUMBRE: tanto los chicos que viven en la calle, y más aún quienes pretendan interactuar con
ellos viven un eterno presente de incertidumbre. Lo importante allí es saber derivar en estado
de alerta y en esto ellos son los expertos, pues saben descubrir en cada
situación una oportunidad. El adulto que se compromete y compenetración con
ellos, más que enseñar a pescar oportunidades en esa incertidumbre, debe estar
flexible y permeable para aprender de ellos que son maestros en ese oficio.
INTERCAMBIO MEI: los chicos de la calle mantienen un
permanente intercambio de elementos materiales sean estos alimentos, elementos
de diversión o cosa raras o curiosas que
encuentran en la basura o abandonadas.
Como niños que son, aún conservan
su capacidad de asombro e intercambian emociones y energías no sólo con los
demás niños sino también con sus mascotas. Pero además la información es
esencial porque al compartirla aumentan su condición de supervivencia.
RELATIVIDAD: la mirada de un niño de la calle sobre
todo lo que le rodea es muy diferente de la del resto de la gente. Sus dibujos
dan cuenta de ello. Un pequeño alimento es más grande que el negocio que lo
contiene. Un reloj es más deslumbrante que el rayo del sol o que quien lo
porta. Él no sale a la ciudad, vive en ella, así que la calle es como su casa.
VISIBILIZACIÓN: Un niño de la calle sabe más de su
territorio que un avezado investigador, porque él lo vive, lo siente, lo come,
lo disfruta, lo sufre. No sólo lo conoce especialmente sino que reconoce la
temporalidad en el cambio de las circunstancias, pues una cosa es el territorio
a las 7 de la mañana y otra a las 3 de la tarde o en la noche. Ese niño, así
como cualquiera de nosotros que viva, sienta y recorra su pequeño territorio es
experto mundial en esa pequeña porción porción del planeta.
Para conocer la realidad de los niños de la calle en 1970 y 80 Ver Video Gamín De Ciro Durán
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